Nunca me canso de leer 'Defectillos' de Isabel Vicente, texto que debería leer todo y toda pre-adolescente y tomárselo tan en serio como yo lo hice. Solo que yo lo hice unos años tarde. Claro, como siempre, una o uno no se da cuenta de las cosas en que ha fallado hasta que realmente las analiza y considera posibilidades allende de su primera e impulsiva reacción. No vengo a daros una charla sobre ética, ni sobre lo que es correcto y lo que no, pues realmente ni yo misma lo sé.
En el minuto antes de cometer un craso error, no podemos procesar toda la información que nos llega y en la mayoría de los casos, nos dejamos arrastrar por lo irracional. Y qué podemos hacer nosotros frente a la imparable necesidad de dejarnos llevar por la ira, la rabia, la curiosidad, la prisa o en los casos más jodidos, el amor. Absolutamente nada. ¿Por qué las monjas no me estamparon en la cara el texto de Isabel Vicente cuando tenía trece años? Porque para eso están los trece años. Y los catorce, y los quince y los dieciséis.. Y toda la pila de años que te hagan falta para comprender que te has precipitado y lo has hecho mal . ¿Cómo sabemos que odiamos las coles sin haberlas probado? Lo mismo pasa con los errores. Equivocarse no es más que avanzar y reconocerlo es lanzarse de cabeza a la vida y darse un golpe en el lóbulo frontal. Es una metáfora, que nadie se me de de hostias en la frente, por favor...
Celebrad los errores porque os empujan a ser mejores personas y a "pilotar" en todo este rollo de la vida. Cometed cuantos podáis. Equivocaos mucho mucho y haced lo que deseéis (sin joder al prójimo, si puede ser) y si después de mil años os dais cuenta de que habéis errado, dedicad otros mil para empezar de nuevo.