Chica chicle

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domingo, 24 de agosto de 2014

Uve

A veces se hacía la dormida para que no me preocupase por ella los sábados por la noche. No quería que supiera que la había despertado. Me aseguré de perpetuar esa tradición hasta bien entrados nuestros años de amor. Me acostaba a su lado y no la tocaba, hasta que despertábamos el domingo, con un sol rayado por las persianas de la habitación. "No te oí llegar". Y después el día avanzaba entre borbotones de agua golpeándole la espalda, espuma olorosa y bostezos pegadizos. Nos gustaría decir que fuimos una pareja que acudía a clases de baile juntos y desayunaba frutos rojos, pero pronto asumimos que nunca íbamos a desperdiciar la oportunidad de desayunar los restos de la pizza del día anterior. No hacíamos grandes cosas. Los domingos nos pasábamos el día entero en la cama y poníamos un vinilo de Aretha Franklin. No fumábamos nunca. Nunca tuvimos tiempo de meternos otra cosa en los labios. Le daba mucha rabia que le enredara el pelo, pero nunca me privé de hundir las manos en él. Hacía seis meses que empezamos vivir juntos y no teníamos todavía casi mobiliario. Únicamente un colchón y sábanas en el suelo y un ventilador en el techo. También alguna ropa en los armarios, la suficiente comida en la nevera, unos cuantos vinilos que me ofrecí a vender para comprar una mesa de comedor, lo cual se quedaba siempre en una idea utópica porque sabíamos que no podíamos vender nuestra música de los domingos; un secador que nunca llegamos a usar y muchos cuadernos vacíos. "Mejor escribir cuando uno recuerda. De este modo, el momento permanece". Tenía el cuerpo lleno de pecas y la cabeza llena de pájaros. No necesitábamos mucho más. Otras personas se complacen llenando la casa de objetos, y yo que en ella veía todo un mundo y una infinidad de motivos por los que sentirme complacido. Y la veía cada mañana como si fuera nueva, como si me invitara a su vida por primera vez. Y yo entraba y me llenaba de ella.

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